FORO del 29 de abril de 2006
NIETZSCHE FRENTE A PLATÓN
por Sergio Salado Castilla y Caminante
S. S. C.
En el debate surgió el tema de la relación o falta de relación entre el pensamiento de Nietzsche y el de Platón. No conforme con la explicación que se dio sobre la falta de relación entre el pensamiento de ambos, o la relación de pura simpatía personal del alemán por el griego, recordé un pasaje, en Más allá del bien y del mal, en el que Nietzsche trata de la filosofía platónica. Esto sucede en el contexto de una contraposición entre lo que él entiende como pensamiento plebeyo y pensamiento aristocrático referidos a la filosofía.
Al margen de que los postulados finales y los sistemas filosóficos de ambos pensadores sean divergentes, existe una convergencia importante entre ellos que no señalamos en el debate. Nietzsche interpreta el pensamiento platónico, al igual que el suyo propio, como pensamiento creador de valores, como pensamiento activo y no reactivo, frente al pensamiento científico, tachado de meramente sensualista. Así, dice en relación a la ciencia: «(...) en la medida en que la física se apoya en la creencia de los datos de los sentidos, vale más y seguirá valiendo más durante mucho tiempo, que una verdadera explicación. Tiene en su favor el testimonio de los ojos y los dedos, es decir, la vista y el tacto. En una época de gustos profundamente plebeyos tiene que ejercer una atracción fascinante, persuasiva, convincente, pues nuestro siglo adopta instintivamente las normas del sensualismo eternamente popular».
DionisioEn cambio, véase como trata a Platón: «(...) fue en la resistencia a la evidencia sensible donde residía precisamente el encanto del pensamiento platónico, que era un pensamiento aristocrático, propio de hombres dotados quizá de sentidos más vigorosos y exigentes que los de nuestros contemporáneos, pero que sabían paladear un triunfo superior permaneciendo dueños de sí mismos y arrojando sobre la turba abigarrada de los sentidos, como decía Platón, una red de conceptos pálidos, fríos y grises)». (Más allá del bien y del mal. Friedrich Nietzsche. Edaf, Madrid, 2005, págs. 64-65). ■
Caminante
Sabemos, por una parte, que el grueso de la filosofía nietzscheana se constituye en un intento de contraposición y de crítica respecto de la filosofía platónica. Sin embargo, no por ello las relaciones del filosofar de Nietzsche con el que libremente constituyó en su antagonista preferido: Platón, son simples.
No dejan de ser complejas estas relaciones con Platón y más en un autor donde lo teórico-sistemático de su filosofía brilla por su ausencia.
En efecto, la filosofía de Nietzsche no forma un tratado teórico donde sus partes estén trabadas consecuentemente con el resto como lo hacen las filosofías de Kant, la de Hegel, la de Descartes o la de Aristóteles, por poner varios ejemplos.
Por supuesto tampoco tienen importancia en este contexto las contradicciones que en todo filosofar se encuentran en algún lugar del sistema de cada filósofo.
Nietzsche, por otro lado, tanto por la forma de escribir, llena de figuras de dicción (en consonancia con su concepto del lenguaje como expresión no del logos eterno y fijo en el cual no creía sino como expresión de la vida), como por su irracionalismo vitalista y su reivindicación de la figura de Dionisos (lo desmesurado) frente a Apolo (lo racional, teórico y lo medido) es un autor, ya de por sí, de difícil análisis.
Por tanto, por todas estas circunstancias de su filosofía, no podemos tampoco deducir, basándonos en una admiración circunstancial de Nietzsche por algún rasgo del carácter o de la filosofía de Platón, el que éste coincida con el gran filósofo griego en nada relevante y sustancial, del mismo modo que no podemos deducir de la admiración que en algún punto pudiese tener Hitler por Stalin o Stalin por Hitler (supuesto que la tuvieran) en que sus concepciones de la política coincidieran globalmente en nada sustancial.
Nietzsche mismo repudiaba los conceptos platónicos con que se constituyen y en los que se apoya su “mundo de las ideas” y su concepción metafísica dual, calificándolos de telaraña de la razón (como todos los conceptos metafísicos). Por otro lado calificaba de egipticismo conceptual la actitud y el filosofar de los filósofos racionalistas de los cuales es ejemplo supremo Platón: «¿Me pregunta usted qué cosas son idiosincrasia en los filósofos?... Por ejemplo, su falta de sentido histórico, su odio a la noción misma de devenir, su egipticismo. Ellos creen otorgar un honor a una cosa cuando la deshistorizan, sub specie aeterni [desde la perspectiva de lo eterno], cuando hacen de ella una momia. Todo lo que los filósofos han venido manejando desde hace milenios fueron momias conceptuales; de sus manos no salió vivo nada real. Matan, rellenan de paja, esos señores idólatras de los conceptos, cuando adoran… […]».
Ahora bien, todos ellos creen, incluso con desesperación, en lo que es. Mas como no pueden apoderarse de ello, buscan razones de por qué se les retiene. «Tiene que haber una ilusión, un engaño en el hecho de que no percibamos lo que es: ¿Dónde se esconde el engañador?» – «Lo tenemos, gritan dichosos, ¡es la sensibilidad! Estos sentidos, que también en otros aspectos son tan inmorales, nos engañan acerca del mundo verdadero. Moraleja: deshacerse del engaño de los sentidos… […]». (Nietzsche, El crepúsculo de los ídolos”. La razón en la filosofía. 1.)
Cualquiera que conoce la filosofía de Nietzsche, sabe que éste aplica toda esta crítica citada, fundamentalmente a Platón. Pero tampoco se libra de ella la cultura occidental como heredera del socrático-platonismo fecundado por la religión judeo-cristiana y seguida por todo el conceptualismo filosófico y la ciencia positivista como último refugio del concepto “Dios”.
En efecto, el concepto “Dios”, en el cual no creía nuestro autor, no significa para Nietzsche sino el compendio de todo este Nihilismo pasivo que impregna la cultura occidental. La idea de Bien platónica, sus ideas eternas en el Mundo de las ideas (como cielo o trasmundo), etc. forman parte también de todo lo que el alemán repudia. ■
S. S. C.
ApoloEidentemente, la simpatía personal de un filósofo por otro no es argumento a esgrimir a la hora de encontrar las posibles similitudes entre sus respectivas filosofías. En el debate se planteó la posibilidad de convergencias entre Platón y Nietzsche y hasta el momento las únicas que he encontrado han sido, tal y como ya expuse, esta simpatía personal del alemán por el griego, y la conceptualización realizada por parte de Nietzsche del pensamiento platónico como creador de valores, condición que atribuye asimismo a su propio pensamiento. Los sistemas filosóficos de ambos, muy sistemático el de Platón, y muy poco el de Nietzsche (es importante no confundir escasa sistematicidad con incoherencia, por otro lado), son divergentes.
Respecto a la poca sistematicidad del pensamiento nietzscheano, considero que buena parte de la reticencia que puede provocar viene dada por la educación que hemos recibido, que nos produce la tendencia a considerar a un conocimiento como más adecuado si está expresado de modo más sistemático. Pero el aforismo, una de las formas predilectas de enunciación de Nietzsche, constituye en éste toda una metodología en sí mismo. El aforismo supone para Nietzsche, tanto una denuncia del lenguaje, considerado corruptor y falsificador, como una exaltación de la interpretación, la creatividad y el pensamiento sereno. Él mismo es consciente de los problemas que puede suscitar el uso del aforismo. Y así afirma en uno de sus escritos precisamente más sistemáticos: «En otros casos la forma aforística produce dificultad: se debe esto a que hoy no se da suficiente importancia a tal forma. Un aforismo, si está bien acuñado y fundido, no queda ya descifrado por el hecho de leerlo; antes bien, entonces es cuando debe comenzar su interpretación, y para realizarla se necesita un arte de la misma». (Genealogía de la moral. Friedrich Nietzsche. Alianza, Madrid, 2005, pág. 30).
Se trata, para Nietzsche, de ir más allá de la razón y de los límites de lo puramente intelectual a la hora de entender y de interpretar lo existente. Lo emocional es reivindicado por éste, cobra sentido como instrumento de comprensión del mundo. Lo puramente racional es condenado si pretende erigirse en instrumento exclusivo y completo de conocimiento. En la misma página citada arriba dice: «En lo que se refiere a mi Zaratustra, por ejemplo, yo no considero conocedor del mismo a nadie a quien cada una de sus palabras no le haya unas veces herido a fondo y, otras, encantado también a fondo: sólo entonces le es lícito, en efecto, gozar del privilegio de participar con respeto en el elemento alcíónico de que aquella obra nació, en su luminosidad, lejanía, amplitud y certeza solares».
Todo este criterio sobre el modo de comprender el mundo lo expresa Nietzsche, precisamente en el Zaratustra, con una gran concisión y plástica: «¡Y sea falsa para nosotros toda verdad en la que no haya habido una carcajada!». (Así habló Zaratustra. Friedrich Nietzsche. Alianza, Madrid, 2005, pág. 295).■
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